Una vez tomada la decisión de la estufa más adecuada para el hogar, llega el momento de proceder a su instalación. En este punto es esencial seguir las instrucciones del fabricante en lo referente a chimeneas, distancias a superficies adyacentes, utilización y limpieza.

Una correcta instalación y mantenimiento son básicos para la seguridad del aparato, y tienen especial relevancia en cuestión de tiempo y rendimiento.

La estufa y la chimenea deben trabajar juntas para calentar de forma segura y eficiente. Muchas casas tienen salidas de chimenea más grandes de lo necesario para la estufa, y las casas más antiguas frecuentemente tienen chimeneas sin recubrir, sin aislar, y muy inseguras. Ante esta situación es posible que se necesite recubrir o reconstruir su chimenea con metal o material refractario para conseguir que funcione de forma óptima. Este recubrimiento suele incluir un asilamiento extra de la chimenea para mejorar el tiro y reducir la condensación.

El tamaño y el aislamiento incorrecto de la chimenea puede suponer que no haya tiro suficiente y que la estufa funcione a bajo rendimiento, o incluso que no funcione en absoluto. Asimismo, podrá generar más depósitos de creosota, lo que hará necesario que las limpiezas sean más frecuentes. La creosota es la condensación espesa causada por la combustión de le leña, cuya acumulación es más abundante en una chimenea fría.

En todo caso, es más sencillo y eficaz instalar una nueva chimenea que coincida con la nueva estufa que recubrirla. Si se ha decantado por esta opción hay que asegurarse de que la chimenea tenga las proporciones adecuadas para la estufa, y de esta forma funciones juntas como un sistema único e integrado.