Para obtener un calor natural y evitar daños a la estufa o el hogar es fundamental quemar solo leña dura y bien seca, que mantiene buenas brasas y facilita el mantenimiento del fuego.
Uno de los aspectos que hay que tener en cuenta para tener un buen fuego es la elección de la leña. Esta debe ser de madera dura y estar bien seca, de manera que se mantengan buenas brasas y faciliten el mantenimiento del fuego.
La madera puede ser ‘dura’, proveniente de árboles de hoja caduca como el roble o el haya, o ‘blanda’ de árboles de hoja perenne como el pino o abeto. Las duras son más densas y menos resinosas, por lo que arden más lentamente y producen un calor más duradero, siendo recomendables como combustible principal. Las blandas queman más rápidamente y producen un calor más intenso, por lo que son más adecuadas para iniciar el fuego.
Un error frecuente es utilizar madera verde, si está recién cortada más de la mitad de su peso es agua. La leña debe secar al menos 9 meses, y se recomienda dejarla alrededor de dos años, ya que aportará mucho más calor, será más fácil de encender y será más ligera de manejar.
La leña debe permanecer en unas condiciones adecuadas durante su maduración y almacenamiento, con protección y en lugares secos y ventilados, de lo contrario podría pudrirse en lugar de secarse.
En resumen, cuanto más seca esté la madera mayor será su calidad, la combustión será más fácil y se ahorrará combustible. Las mejores opciones son las maderas de fresno, haya, abedul, roble, encina y arce, que cuenta con alto valor calorífico, son de fácil combustión, baja emisión de humos y son más fáciles de cortar y trocear.